Debo confesar que sigo pasando por algunos blogs que ya debería haber abandonado. Lo hago con la secreta esperanza de encontrar que al fin han aprendido de su experiencia en la vida y se han dado cuenta de que el camino que llevaban no va a ninguna parte. Pero es inútil, porque una y otra vez me encuentro la misma huída hacia adelante, la misma incapacidad para reconocer sus errores, para el arrepentimiento. Se dedican a hacer clasificaciones de sus parejas, como si fuera una competición deportiva, recordando sólo lo bueno y olvidando el sufrimiento que siguió a cada una de las rupturas, y sus comentaristas les aplauden la gracia.
Se olvidan de que hay una emoción importante que domina a las mujeres. Se trata del apego. No es posible, por más que lo repitan algunas para intentar convencerse, tener una relación sexual y quedarse indiferente frente a ese hombre. Especialmente, si la experiencia ha sido agradable, las mujeres no podemos evitar sentir una ligazón psicológica y hacernos ilusiones sobre la posibilidad de tener una relación duradera o incluso formar una familia. Todos, hombres y mujeres, aspiramos al amor para siempre, aunque algunos no lo reconocerían ni bajo tortura. Se esconden bajo capas de cinismo y no se dan cuenta de que sólo se están haciendo daño a sí mismos.
La acumulación de experiencias fallidas nunca podrá igualar el placer y la felicidad que se consigue mediante la unión en cuerpo y alma con otra persona. Sólo de esa manera es posible superar las dificultades que encontramos en la vida y la diferente evolución que experimenta cada uno. Sólo así se puede llegar a aprender de los malos momentos y sacrificarse con gusto en favor de las personas a las que amas. Porque la vida sin amor se limita a una serie de anécdotas, una acumulación de días que no dejan más que un recuerdo difuso, como vivir siempre subido a una montaña rusa; mientras cada mañana el espejo del cuarto de baño les devuelve el reflejo de su soledad, aunque estén rodeados de gente.