(...) "Sin embargo, incongruentemente, para defender la libertad de ateos, agnósticos, masones y seguidores de otras religiones y no ofenderles, se pretende que los cristianos circunscribamos nuestra confesión al ámbito de lo estrictamente privado. ¿Habremos por consiguiente de desguazar nuestros museos que son lugares públicos plagados de célebres obras de arte de carácter religioso? ¿Eliminaremos de nuestras bibliotecas públicas toda obra inspirada o que haga referencia al humanismo cristiano? ¿Las eliminaremos de las librerías que son establecimientos públicos? De nuestros teatros, que son recintos públicos, ¿eliminaremos la representación de toda joya teatral o musical para no ofender a los no creyentes o devotos de otras confesiones? A las fiestas de Navidad y Semana Santa —que se celebran en todo el mundo occidental— ¿habremos de llamarles “fiestas del solsticio de invierno o de primavera” para no incomodar a quienes no compartan nuestras creencias? ¿Habremos de eliminar, procesiones y romerías, consustanciales con nuestra cultura, historia y tradiciones? En esta misma línea, al Papa y sus pastores, tendrían que recluirse en el recinto del Vaticano y sus parroquias para no irritar a los no creyentes y desde luego habrían de suprimirse las misiones y toda la obra benefactora que han realizado a lo largo de su historia. Como no sea en la intimidad de nuestro hogar, ya no podríamos escuchar en un auditorio público la obra profundamente religiosa de Bach, el Mesías de Haendel o los Requiem de Verdi, Mozart o Brahms —por no citar más que algunos ejemplos de las grandes obras maestras de la música— para no herir la sensibilidad de los que no comulgan con nuestras creencias.(...)
Las conclusiones del informe emitido por los cerca de cincuenta intelectuales más prestigiosos de Europa, hombres y mujeres del mundo de la cultura y del pensamiento occidental que intervinieron en el Simposio presinodal europeo, organizado por el Consejo Pontificio para la Cultura, señalan que es en este punto en el que se hace presente la aportación cristiana. En el mismo se manifiesta que no será posible la verdadera unidad Europa, si antes no tenemos conciencia de que primero debe producirse una comunión de identidades y principios, evolución que no puede basarse simplemente en el legado histórico y cultural del pasado, sino que debe encontrar su auténtico fundamento en los valores esenciales aportados por el cristianismo al viejo continente: substancialmente, la consideración del ser humano como persona, los conceptos de libertad y de igualdad. Estas concepciones, son ininteligibles si antes no abandonamos la sustitución realizada del telón de acero, por la cultura de la gran ciudad que sumerge al hombre en el materialismo consumista y el anonimato de la secularización, aún más impenetrable que el anterior. La nueva Europa, no se puede construir implantando un laicismo que nos conducirá irremisiblemente hacia el individualismo salvaje y el vacío colectivista, sino por el contrario, creando un modelo social más humano, capaz de abrir espacios para una nueva cultura".(...)
César Valdeolmillos. 11-1-1010 Blogs HO