Desde pequeña me dí cuenta de que algo no era normal en mí. Creo que veo más allá de las cosas y las personas. No se trata de telepatía, sino de aplicación de la lógica pura. En cualquier situación, hay una solución razonable, y, generalmente, es la única que cuadra. Otros se empezan en creer cosas inverosímiles, (como que el preservativo es la panacea que protege de todos los males), pero la solución sensata suele ser la correcta. Supongo que es a causa de mi coeficiente intelectual. Se puede decir que domino la inteligencia emocional en el sentido de empatía, de conocer de antemano las intenciones incluso de aquellos que desconocen que las tienen. Sin embargo, me falla la empatía inversa, porque soy incapaz de convencer a nadie. No sé si es mi lenguaje corporal o mi maldición, pero me he pasado la vida viendo venir los problemas, sin poder hacer nada por evitarlos. Simplemente no tengo credibilidad alguna.
Alguien afirma algo con total seguridad. Yo expreso mis dudas al respecto. Claro, no voy por ahí sentando cátedra. Tal vez ése es el problema. Así que nadie me toma en serio. Dirán: "ya está ésta con sus neuras". Pero lo peor no es eso, sino que, cuando el tiempo indefectiblemente acaba dándome la razón, nadie se acuerda de que yo ya lo sabía. Nunca he conseguido ese reconocimiento público. Lo más que he logrado es tener una ligera influencia positiva en los que me rodean. Es decir, conseguir que al menos no se metan en muchos problemas. Pero no encontraréis a nadie que diga: "Susana tenía razón". Algo tan sencillo... Porque lo cierto, aunque suene a soberbia, es que yo casi nunca me equivoco en mis conclusiones; pero da igual, porque ya me he hecho a la idea de que no me lo van a admitir. He nacido para ser un peón de ajedrez anónimo y despreciable, aunque tenga capacidad para decidir la partida.