Siempre me ha parecido una fiesta bastante absurda. Claro que, entre eso y los toros, prefiero la tomatina. Pero, cuando veo las toneladas de tomates rodando sobre la gente, los jóvenes aprovechando para hacer el bruto empujándose unos a otros, y la porquería que se arma; me dan ganas de emigrar al extranjero inmediatamente. El tomate es sano, muy rico y está lleno de vitaminas necesarias para una buena alimentación. Ahora, ya no es el tercer mundo, sino aquí en España, donde hay gente necesitada de toda clase de alimentos. En esta situación, malgastar esa cantidad de tomates para la diversión de unas horas, me parece algo inmoral.
Yo soy una defensora de las tradiciones que forman la identidad de un pueblo, como son su folklore, sus productos artísticos y su cultura. Pero las tradiciones que no aportan nada y avergüenzan a los demás deberían ser suprimidas por ley. O mejor aún, los propios habitantes de Buñol deberían pedir al alcalde que se suprima la fiesta, al menos en tiempos de crisis como los que vivimos. Para perder el control, romper las normas, emborracharse y pasar todo el día de juerga no es necesario tirar la cosecha de tantos agricultores. Al final, esa clase de fiestas son dejan de ser otra excusa para el desmadre. Pero con un método costoso y esperpéntico.