Tantos años de historia y de política han dado por resultado que olvidamos que en el fondo sólo somos animales inteligentes. El sentido de nuestra vida debería ser conservar la salud y relacionarnos bien unos con otros. Pero para muchos ha pasado a ser el poder, el dinero o la ideología. A eso dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo, cuando deberíamos estar trabajando por un mundo mejor. Pero esa labor no podemos dejarsela a los políticos, sino que debería empezar en cada familia, extenderse a la sociedad y, finalmente, contagiar a los países y el orden mundial.
No vale poner tu confianza en una sola persona, como pueda ser Obama o el mismo Papa. Cada uno de nosotros tiene que poner su grano de arena. No sirve de nada andar predicando ecología, por ejemplo, si tú no reciclas, o pacifismo, cuando vas insultando a la gente. No se puede hablar de igualdad, cuando sólo quieres estar por encima. Las contradicciones de nuestra sociedad son tan evidentes que parece mentira que no salten a la vista de la mayoría. Deberíamos recordar que no somos más que personas, que viven y mueren, sufren y disfrutan, como los demás, y que buscamos la felicidad lo mejor que podemos y sabemos.