Controlar lo que nos rodea y a las personas con las que tratamos viene a ser el sueño de cualquiera. También controlar la suerte, las enfermedades y el futuro, pero eso es una utopía. Hay personas que tienen más capacidad para ejercer ese poder, como por ejemplo, las madres. Hace tiempo escribí un post sobre cómo los padres en principio debería ayudar a sus hijos a desarrollarse como personas independientes, pero sin embargo, una madre manipuladora puede influir a su hijo desde la primera infancia para hacer que se aproxime a un ideal que tenga en mente. También busca poder quien empieza relaciones sentimentales como un reto, pero pierde el interés en cuanto consigue su capricho.
Hay personas que tienen mucha facilidad para ejercer ese poder, sea por su carácter o su capacidad mental y no es malo en sí mismo, pero es importante tener un autocontrol y respetar al prójimo también psicológicamente. Todos conocemos gente poderosa que han convertido esto en su modo de vida: artistas, políticos, intelectuales. Llega un momento en que les resulta imposible desligar lo que es su faceta profesional y su fama de su propia personalidad. Así muchas veces se creen que tienen el derecho de dirigir la opinión pública hacia sus propias convicciones morales. Cuando ayudan a alguien, sólo lo hacen esperando un agradecimiento eterno. Son como actores de su propia vida, esperando cada día el aplauso del público.
Acaban siendo víctimas de su propia actitud, porque el afán de control sobre el prójimo también es una especie de adicción. No entienden su propia vida sin estar en el punto de mira, sin ser el centro de atención, el que pone las normas, el que es admirado por todos. Por eso, si alguna vez se encuentran solos, sin su séquito, su dinero, sus admiradores..., su vida no tiene sentido. Viven de cara a la galería, a ser los más brillantes, ingeniosos, simpáticos, y caerle bien a todo el mundo. Pero eso generalmente sólo dura un tiempo. Es imposible mantener esa pose todo el día y además es una felicidad ficticia. No son sólamente famosos, sino que es un tipo de persona bastante habitual. Hay uno en cada barrio y en cada oficina.
Con el tiempo, las cosas se tuercen porque ellos mismos no ponen tanto empeño como antes. Pero no hay problema porque siempre son los otros los que han actuado mal. Ellos no se equivocan. Son los incomprendidos, los que siempre tienen mala suerte, los que se sacrifican y nadie se lo agradece. Tienen que ser siempre los protagonistas, incluso de la desgracia: el niño en el bautizo, la novia en la boda, el muerto en el entierro (como dice la canción). He conocido mucha gente así a lo largo de mi vida. Gente que fluctúa siempre entre la euforia y la depresión y no se dan cuenta de que su problema es que no viven para ellos mismos. Viven para ejercer su poder sobre los demás, aunque sea temporalmente y es lo único que le da sentido a su vida.
Música: de un tiempo perdido. Andrés Calamaro y los Rodríguez
Pd. Pensar que yo odio a alguien sólo porque no estoy de acuerdo con lo que hace y lo digo, es un ejemplo claro de cómo este país camina hacia el fanatismo y el absurdo. El mundo no gira alrededor tuyo. Algún día recordarás mis palabras, pero ya será tarde.