El otro día fui a cortarme el pelo. La peluquera se quejaba con razón de unos chicos que le ensucian la puerta del establecimiento. (Hacen pis en la esquina). Empezamos a hablar sobre educación y estábamos muy de acuerdo en todo, hasta que le dije que mis hijas iban a un colegio concertado religioso. Entonces cambió el tono, y al rato dejó de hablar conmigo. Me reprochaba la peluquera que los que aparcamos cerca del colegio, bloqueamos la calle. Pero no se le ocurrió pensar que pasa exactamente lo mismo en todos los colegios públicos. Cuando la política se cruza en el camino, la realidad se vuelve irrelevante.
La peluquera me había comentado que, en la guardería al lado, había un bebé que se pasaba todo el día llorando. Mi hijo mayor tuvo cólicos hasta los cinco meses. Me acostumbré a hacer la comida con el bebé en brazos. Acabé hecha polvo, pero sabía que necesitaba mi cariño. Mis hijas, en cambio, no sufrieron cólicos. Supongo que la madre de ese bebé no tiene ni idea de lo que le pasa. Las cuidadoras le dirán que no hay ningún problema. Tal vez tanto lloro acabe afectando a su salud o le haga un niño hiperactivo, pero nunca conocerán la causa. Me pregunto cómo son capaces en la guardería de ocultar esta situación, por no perder un niño, si tienen de sobra. No se van a arruinar si se lo llevan.
Me decía la peluquera que la madre no tendría más remedio que dejarlo en la guardería todo el día para ir a trabajar. Si tiene 500 o 600 euros para pagar doce horas, igual podría buscar a una persona que se quede en casa con el bebé. Lo que ocurre que es mucho más cómodo dejarlo en un local y despreocuparse de lo que hace, de si come, si duerme o está bien. Creerse lo que le digan. Sin embargo, la peluquera, a pesar de darle pena el bebé, no veía más opciones. Hay quien piensa que las mujeres tienen que equipararse con los hombres a cualquier precio, es decir, renunciando a la maternidad o dejando a sus hijos para que se los críen otras personas.
De todo esto saqué dos conclusiones: que la afinidad personal se acaba cuando aparece la ideología; y que tener un bebé y dejarlo doce horas en la guardería es un riesgo que yo nunca correría. Se ve que el instinto maternal también pasó de moda. Lo han sustituído la ambición, la competividad y la comodidad. Yo he llevado a mis hijos a la guardería, pero cuatro horas por la mañana y cuando ya tenían casi dos años, para que se fueran acostumbrando a otros niños. No es que esté en contra de las guarderías, sino del abuso que se hace de ellas.